Por Jorge Rachid
La historia nos muestra el permanente divorcio de las miradas entre la mayoría del Pueblo y los acontecimientos políticos que forman parte de la vida cotidiana de quienes integran sus espacios.
Es una distancia que se da entre quienes son convocados a ser testigos de la historia y quienes son, por propia decisión protagonistas, pero que no siempre representan intereses comunes, menos aún tiempos de comprensión del acontecer político, ya que la vida de los compatriotas corre al ritmo de sus problemática diaria, mientras que las ansiedades de la militancia política, las lleva a querer ver construido en su tiempo, los sueños y utopías que alimentan sus esperanzas.
Es la diferencia entre un tiempo histórico, que es como construyen sus paradigmas los pueblos en su lento andar y un breve tiempo biológico que todo lo acelera se expresa la finitud en toda su dimensión. Ese espacio se suele sellar en los procesos, únicos e intransferibles, épicos y transformadores, en donde ambos tiempos se encuentran en cauces comunes de demandas, que canalizan la participación activa del pueblo en los procesos políticos, marcando puntos de inflexión en la historia.
En la Revolución de Mayo los protagonistas fueron “los decentes”, mientras el pueblo observaba los acontecimientos. Más aún cuando la historia se escribió de la pluma mitrista que lo relató como un acontecimiento emancipador total, cuando en realidad se trató de asumir la propia gestión, como provincia de las Cortes de Cádiz, tanto es así que la bandera española flameó en el Fuerte hasta la Constituyente de 1813. Hasta Belgrano fue sancionado por enarbolar la bandera de su ejército en 1811 en las barrancas del Paraná.
Esa historia enterró en el olvido en algunos casos, y en la denigración en otros, los líderes populares que lograron enhebrar los sentimientos populares con las gestas emprendidas. Así se creó el imaginario de “civilización y barbarie”, que permitió la sucesión de genocidios desde los criollos federales a los pueblos originarios.
En un “deja vu” la actualidad repite ese esquema, apuntalado sin dudas por una concentración mediática que forma parte de la disputa del poder, alejado de la comunicación y mucho más de la veracidad y objetividad del profesionalismo periodístico. Como en cada etapa del poder dominante colonizador, los ejes presentados alejan al espacio simbólico de la conciencia social compartida, de los valores nacionales, de aquellos que apuntalan al identidad y la memoria colectiva de los pueblos.
En éste tiempo cuando una fórmula electoral es producto de un largo proceso de desgaste y discusión, poniendo en carrera una posibilidad cierta de victoria democrática, creando alegría en aquellos que acompañan con su voto anónimo cada elección, desde trabajadores a empresarios, desde todos los ámbitos de la vida cotidiana se vivió con esperanza, mientras que en la militancia, aquella que vive el día a día de los acontecimientos políticos, se produjo un enojo porque no contenía sus expectativas de máxima.
El neoliberalismo desde hace décadas alimenta la fragmentación y el personalismo, como forma de apuntalar la llamada “antipolítica”, que en realidad es el ejercicio del poder, conducido por el poder hegemónico, ligado a los intereses transnacionales. Ese proceso ha penetrado en nuestras filas, produciendo en los últimos años, un canibalismo interno que ha desconocido al enemigo principal, permitiendo un deterioro del campo nacional y popular que se hace difícil de reconstruir en medio de la batalla electoral.
Entre los alegres y enojados existe un abismo comunicacional, que es el abandono del trabajo de construcción de cuadros políticos y despliegue territorial. En ambos casos al diluirse el concepto de organización como herramienta de formación y compromiso político, la militancia se somete a un ejercicio movilizador y de pertenencia, sin que ese mecanismo origine crecimiento político de construcción colectiva, que es la única que reconoce el peronismo como válida para el ejercicio del poder.
En éstas circunstancias puntuales de una batalla electoral, no habrá lugar para deserciones lacrimógenas, ni planteos de “derrotas estratégicas” ya que están en juego la vida y la dignidad de millones de argentinos, compatriotas, en donde un modelo social solidario inclusivo, industrial y soberano con justicia social, no es lo mismo que otro período de entrega, claudicación, exclusión social y represión con persecución política, como ha sucedido con el macrismo al servicio de la Embajada.
El camino de las utopías peronistas es lejano, pero se construye con militancia aún en un tiempo político desarrollista, con picaportes sociales que den respuesta, aunque no estructurales aún a las demandas sociales, que para nosotros los peronistas es derrotar la pobreza, no administrarla; ampliando derechos, discutiendo la concentración de la riqueza y desplegando una Patria Matria soberana en la Patria Grande.
JORGE RACHID
CABA, 3 de julio de 2023