Por Rodrigo Ovejero
Décima Entrega
A lo largo de mi vida, he comprobado en diversas oportunidades mi total falta de talento y preparación para escribir poesía (lo mismo me ha ocurrido con la prosa, a decir verdad) pero no por ello he dejado de maravillarme ante la expresión escrita del alma humana. Sospecho que algún día –lejano, esperemos- la inteligencia artificial será capaz de escribir una novela solvente, con trama y personajes bien delineados, que tal vez no cambie nuestra forma de pensar el mundo, pero nos hará más llevaderas las esperas en el banco. Sin embargo, no creo que lo mismo vaya a ocurrir con la poesía, al menos no hasta que una computadora se enamore y tema la muerte del ser amado.
Para mí, la poesía es un misterio. Puedo desarmar una novela o un cuento en sus componentes y determinar con aceptable precisión sus virtudes y defectos, señalar sus errores y aciertos, pero no puedo diseccionar un poema de la misma manera. Mi regla, por lo tanto, es la siguiente: si te conmueve, si sacude tus convicciones y desentierra recuerdos o anhelos que creíste bien muertos, es un buen poema sin que importen sus palabras. De lo contrario, son frases separadas por renglones y nada más. Por supuesto, también hay que decir que es una de las disciplinas literarias más subjetivas – lo cual la hace, también, maravillosa-. Podemos pensar, rendidos al romanticismo, que hay una poesía para cada lector, y que un día se encontrarán.
Al contrario de lo que me ocurre, Edgar Allan Poe sostenía que la poesía podía ser perfectamente racional y aun así provocar el impacto emocional buscado, argumento que desarrolla en Filosofía de la composición, el texto en el cual explica en detalle el método utilizado para escribir El cuervo. No voy a discutir con el señor Poe, pero siempre sospeché que se trata de una broma o ironía, o una estrategia publicitaria para un taller literario que nunca llegó a dar (“¡Aprenda a escribir poesía en tres clases!”. En todo caso, es tarde para preguntarle.
Recomendar poesía me parece presuntuoso y demasiado aventurado, por lo señalado en este texto acerca de la subjetividad, pero me sentiría mal si dejara pasar la oportunidad de invitarlos a leer Ya no de Idea Vilariño y Si tuviera tres vidas de Sarah Russell.
Lo que sucede con la poesía, en definitiva, es muy parecido al amor. Nadie puede explicarlo ni replicarlo de manera racional, la adquisición de todos los conocimientos necesarios para escribir poesía, por desgracia, no tienen necesariamente por resultado la capacidad para escribir poesía. La aplicación del método científico o de rigurosas reglas literarias a un poema tendría por efecto el más desastroso desatino. La poesía, al igual que el amor, y parafraseando a La Rochefoucauld, no puede ocultarse donde existe, ni fingirse donde no está.