Por Rodrigo Ovejero
Decimo Octava Entrega
Por circunstancias de la vida que no vienen al cabo mencionar, comencé a manejar de grande, cuando compré mi primer auto, a los 27. Hasta ese día mi vida ambulatoria se había repartido entre colectivos y caminatas. Es decir, a la edad en que las estrellas de rock se toman una pastilla de más o se paran del lado equivocado de una pistola, yo empecé a manejar. Da para pensar (?)
La cuestión es que los años previos no fueron fáciles, porque la sociedad te presiona para conducir, te exige manejar, no te permite decir “no, yo estoy bien así, yo voy a andar en colectivo”. Si seguís siendo un peatón alrededor de los treinta empiezan a correr rumores y juicios de valor negativos acerca tuyo, como le ocurría –y le ocurre, por desgracia- a las mujeres que no encuentran pareja o tienen hijos antes de los cuarenta. Todos los héroes del cine y la televisión que veía manejaban, algunos incluso no eran nada sin el auto, nunca veías al protagonista ir a enfrentarse al villano en autobús y mucho menos a pie, aunque le quedara cerca. El que no manejaba un auto se conducía en moto, helicóptero o algún vehículo más estrambótico, pero jamás caminaba. Incluso había personajes cuya habilidad fundamental era manejar bien. A Los Dukes de Hazard, por ejemplo, no se les conocía otra virtud que apretar fuerte el acelerador, supuestamente trabajaban en una granja, pero no hay una escena de ellos con una pala en las manos o al mando de un tractor. En las pocas ocasiones en las que un personaje no sabía manejar este hecho era tomado a burla, para reírse de las calamidades que provocaba al volante. Así que, reitero, no fue fácil.
Supongo que de allí viene el éxito de las escuelas para conducir, no es realmente una actividad tan difícil como para tomar un curso, como queda demostrado cada vez que salimos a la calle y encontramos numerosos fronterizos en el tránsito cotidiano. Personas muy inteligentes jamás conducen un auto mientras que otras con facultades mentales discutibles se pasan la vida al volante.
Treinta años después de mi niñez, las cosas no han mejorado, los niños siguen teniendo una presión enorme para aprender a manejar. Al contrario, diría que la situación ha empeorado: unos de los programas favoritos de mis hijos es Paw Patrol, en el cual un equipo de cachorros conforma un equipo de rescate (quiero dejar claro que me parece totalmente ilógico e irresponsable que lo protagonicen cachorros en lugar de perros adultos, con edad para obtener el carnet de conducir) y cada uno maneja un vehículo automotor correspondiente a su habilidad, pese a la obvia dificultad de su carencia de pulgares. Por lo menos en mi época los que manejaban en la televisión eran humanos, ahora los niños deben pensar “tengo que aprender a manejar, incluso ese dálmata sabe manejar”.