Por Rodrigo Ovejero
Vigesima primera entrega
El otro día, mientras lavaba los platos, me asaltó otra vez uno de mis más grandes temores: la tecnología nos está llevando hacia territorios inexplorados, y no estoy seguro de que debamos poner un pie en ellos.
Puntualmente, la reflexión surgió porque me enteré de que existe una inteligencia artificial que posibilita leer textos o cantar canciones con la voz de cualquier persona, si se cuenta con un registro suficiente de esa voz. Es decir, uno puede llevar a cabo las combinaciones más obvias –por ejemplo, que Borges mismo nos lea El Aleph– o incluso las más estrambóticas: en los próximos días escucharé La insoportable levedad del ser en la voz suntuosa y sensual de Leo Mattioli.
Pero más allá de esas aplicaciones prácticas, la pregunta que verdaderamente me hago es ¿Cómo será un futuro en el que no seremos dueños de nuestra voz ni de nuestra imagen? Me viene a la memoria un capítulo de Black Mirror en el cual se intentaba recuperar de alguna manera a las personas fallecidas a partir de registros de imagen y voz que posibilitaban la construcción de un robot idéntico al difunto. Y también pienso en el cuento de Phillip K. Dick, Podemos recordarlo todo por usted –adaptado al cine con el título El vengador del futuro– ¿Cuánto falta para que unas fotos falsas nos convenzan de unas vacaciones que jamás tuvimos? El peligro de tergiversar el pasado mediante la tecnología nos puede hacer entrar en una mescolanza en la cual podríamos perder de vista lo que en verdad ocurrió.
Sucede que la humanidad se ha ido ingeniando a lo largo de su historia la forma de convertir un invento maravilloso en una herramienta para el mal, así que no puedo dejar de ser pesimista. Alfred Nobel creó la dinamita para facilitar la construcción de caminos y se la terminó utilizando para facilitar la extinción de seres humanos. Internet iba a ser la revolución del intercambio de conocimientos, pero de paso la aprovechamos para acceder a más y mejor pornografía. Por eso no dejo de preguntarme qué tropelías se realizarán con esta inteligencia artificial. Imagino hombres despechados escuchando a la mujer amada pronunciar palabras que nunca dijo, solo para mitigar el dolor de la separación; fraudes telefónicos aprovechando la posibilidad de recrear la voz de cualquier persona; ni hablar de las posibles perversiones del arte, ególatras que crearán versiones de sus películas favoritas protagonizadas por ellos mismos. La realidad misma no será lo que solía ser.
Voy a arriesgarme más todavía y a saltar sin red hacia una afirmación temeraria: quedan pocos años de este mundo tal y como lo conocemos, de confiar en nuestros recuerdos y tener la certeza de nuestras impresiones, de conocer a ciencia cierta lo que dijimos y lo que se nos dijo. Experimentamos gran parte del mundo a través de la mediación de una pantalla y pronto tendremos que dudar de todo lo que veamos allí. Vienen años oscuros.