Por Rodrigo Ovejero
Vigesima Segunda Entrega
Hasta este momento en la historia, no ha podido demostrarse, por desgracia, que los humanos poseamos poderes sobrenaturales, de ninguna clase, en ninguna intensidad. Nada, no tenemos nada. Y, sin embargo, hoy estuve pensando en lo que, a los efectos de esta columna, llamaremos medicina mágica y misteriosa. Alguien podrá pensar que estoy por hablar de drogas. Pero no. Esta vez, al menos, no.
No voy a discutir el efecto placebo y mucho menos a analizarlo, pero empecemos por decir que todos hemos recurrido a métodos curativos poco ortodoxos en algún momento –no me refiero a curanderos, aclaro- ya fuere como pacientes o médicos. Me refiero a esas fórmulas mágicas, dentro de las cuales la más popular es una rima que hace referencia a los poderes curativos de la cola de rana, de inmediato alivio, efectiva dentro de las cuarenta y ocho horas siguientes a su aplicación.
Por supuesto que podríamos quedarnos en la comodidad de atribuir su efecto más a un calmante del ánimo que a otra cosa, al consuelo de estar en brazos de seres queridos, pero ¿qué tal si de verdad tuviese algún efecto físico, aunque más no sea analgésico, sobre el paciente? Del mismo modo que Rasputín curaba al hijo del Zar por medio de la oración, quizás cada persona que recurre a esos rituales para calmar a un niño está de hecho ejerciendo un poder efectivo sobre su cuerpo y ayudándolo a sanar de manera física, no solo anímica. Es verdad, estoy descarrilando peligrosamente hacia el barranco de la superchería, pero tampoco me parece que haga tanto daño considerarlo, tomarnos un segundo de nuestro tiempo para pensar en ello.
En ese tren de pensamiento continuaré con mi aceleración desmedida hacia los terrenos de la cursilería y el ceratismo, y haré la pregunta impuesta por las circunstancias: ¿y si el amor sana?
Acerca de esta clase de reflexión voy a recomendar un par de obras artísticas, como es costumbre. La primera de ellas es la novela El símbolo perdido. Dan Brown clásico, divertido y olvidable, pero hay unas preguntas interesantes sobre este asunto desde la perspectiva de las ciencias noéticas (el conjunto de estudios que analizan el poder de la mente sobre el mundo material). La otra es Interestelar, una película de Christopher Nolan que toca de manera tangencial el tema, pero lo hace desde una óptica muy interesante.
Es imposible saber con exactitud la medida en que nuestras palabras o gestos pueden ayudar a otras personas, y a la fecha las preguntas formuladas en los párrafos anteriores tienen por respuesta la fría y desangelada negativa, no hay estudios científicos que avalen ninguna de estas hipótesis. Pero de algo estoy seguro: la próxima vez que acudan a nosotros con una rodilla pelada, al igual que Huey Lewis, vamos a confiar en el poder del amor.