Por Juan Gabriel Tokatlian
Este año se cumplen 200 años de la proclama de la Doctrina Monroe cuyo leitmotiv era “América para los estadounidenses” (America for the Americans) y constituyó, en la incipiente fase de expansión de EE.UU., la piedra angular de lo que se conoce en la disciplina de las relaciones internacionales como un “área de influencia” o, de modo coloquial, su “patio trasero”.
El centro del planteamiento del presidente James Monroe en su alocución de 1823 fue declarar que cualquier intento de las entonces potencias europeas por extender “su sistema a cualquier parte del hemisferio” sería considerado hostil pues implicaba un hecho “peligroso para nuestra (de Estados Unidos) paz y seguridad”.
Además de dar lugar, en la primera parte del siglo XX, a una agresiva política intervencionista en América Latina, la Doctrina Monroe se convirtió en el precepto que racionalizó y orientó la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética en su expresión continental durante la Guerra Fría.
Como bien lo recuerda Peter Smith en el libro Talons of the Eagle: Dynamics of U.S.-Latin American Relations: “Los determinantes fundamentales de las relaciones Estados Unidos-América Latina han sido el papel y la actividad de los actores extra-hemisféricos, no Estados Unidos ni América Latina en sí mismas.” Y esos “actores extra-hemisféricos” han sido concebidos, usualmente, como amenazas malignas.
Ahora bien, la presunción hegemónica de Washington en la región comenzó a encontrar límites, retrocesos y contradicciones en los primeros lustros del siglo XXI y ello condujo, en buena medida, a que en 2013 el Secretario de Estado, John Kerry, anunciara: “la era de la Doctrina Monroe ha terminado”.
No obstante, pronto regresó iniciando un ciclo corto. En su alocución de 2018 ante la Asamblea General de Naciones Unidas el presidente Donald Trump le recordó a Latinoamérica y el mundo que la Doctrina Monroe “ha sido formalmente la política” internacional de Estados Unidos. Meses antes, el Secretario de Estado, Rex Tillerson, había reivindicado la doctrina en una conferencia en la Universidad de Texas. Y en 2019, el Consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, afirmó en Miami en un discurso ante veteranos de la invasión de 1961 a Cuba, que “la Doctrina Monroe está viva y coleando”.
No al azar para 2020 se hablaba, escribía y pontificaba sobre una etapa renovada de la doctrina. Sin embargo, se trató de un ciclo similar pero no idéntico, como diría Borges en El Tiempo Circular.
En esencia, ni Estados Unidos ni América Latina son lo que fueron en el siglo XX. Siempre ofuscada, la administración Trump no pudo disciplinar a la región a su antojo y lo que logró fue despertar un sentimiento en el que Estados Unidos más que indispensable (Madeleine Albright dixit) se convirtió en insoportable.
Frente a un nuevo momento electoral en Estados Unidos habría que preguntarse sobre el retorno de la Doctrina Monroe aunque ya hace unos años respecto a las relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica apelé más bien a la Doctrina Troilo, ya que EE.UU., como en el Nocturno a mi barrio de Aníbal Troilo, no se fue nunca de su barrio, siempre está llegando: lo central es entender qué versión del monroísmo se manifiesta.
Con medios, iniciativas y retóricas distintas pero invariablemente en el marco de dinámicas globales, Washington redespliega su presencia y potencia en la región.
En efecto, en un contexto mundial y continental cambiante y complejo aspirantes presidenciales del partido Republicano y congresistas de ese partido han vuelto a invocar la virtud y validez de la Doctrina Monroe. Este año el gobernador de Florida, Ron de Santis, postulante a la presidencia dijo: “Necesitamos una versión del siglo XXI de la Doctrina Monroe”. El empresario y candidato presidencial, Vivek Ramaswamy, anunció una “nueva Doctrina Monroe” con el propósito de “revitalizarla”.
Mientras tanto, Trump, que intenta regresar a la presidencia, señaló que el Canal de Panamá “lo controla China ahora” y eso exige una respuesta de Estados Unidos. A su vez, legisladores como el republicano Mike Gallagher aseveran que la región es el “patio trasero” estadounidense y que las acciones de Beijing a lo largo y ancho de América Latina quieren sustituir “la Doctrina Monroe por la Doctrina Mao”. Otros congresistas exigen operaciones militares contra México para frenar el negocio de las drogas. Así, se agita el uso de fuerza; algo que hoy no solo sería anacrónico, sino también alucinante.
Esa oratoria anticuada y desmesurada se asienta en la construcción de una nueva amenaza a la “paz y la seguridad” estadounidense: el ascenso de China y su proyección de poder e influencia.
La particularidad de este momento histórico es que Estados Unidos tiene menos “zanahorias” y más rechazo regional al “garrote”. Con recursos menguados y sin suficiente capacidad persuasiva, Washington pretende que América del Sur, en particular, resigne la intensificación de relaciones con Beijing a cambio de muy poco.
Al mismo tiempo, el potencial triunfo presidencial de un republicano debería inquietar pues podría mover al país hacia una derecha radicalizada y extremista y con ello iniciar otro ciclo que reflote una versión pendenciera de la Doctrina Monroe. En ese caso, ello será “peligroso para nuestra (América Latina) paz y seguridad” y derivaría en un grave deterioro de las relaciones interamericanas.
Clarín en NODAL