Caos, inflación y miedo para instalar la dolarización

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 Por Alejandro Mosquera*

El presidente Milei parece estar impulsando al país hacia el caos. Licua los salarios y jubilaciones, obstaculiza la discusión sobre el salario mínimo, descarta la paritaria nacional docente y desfinancia a las provincias de todas las maneras posibles. Además, desregula aún más la economía y promueve la entrega de tierras a corporaciones extranjeras. Sueña con un país dirigido por grandes gestores financieros como BlackRock y Vanguard, al margen de las formas democráticas.

A pesar de su discurso contra la inflación, promueve una mega inflación para ajustar el gasto público y las remuneraciones de empleados estatales y privados. Intenta enfrentar a las provincias entre sí y alienta la destrucción del peso, incluso llamando a que los gobernadores se atrevan a implementar cuasi-monedas. 

Amenaza a los líderes sindicales, pero su aversión hacia los sindicatos como instrumento de organización de los trabajadores es aún mayor. Su utopía desordenada es tan extrema que parece desear un país sin derechos, con una especie de esclavitud capitalista similar a la de principios del siglo XX.

Este caos afecta a las familias, que no saben si las clases comenzarán o si podrán seguir enviando a sus hijos a colegios parroquiales o privados. Mientras tanto, él y sus ministros están librando una guerra contra la educación pública y  las maestras y  maestros. Además, el aumento de los boletos y pasajes añade más incertidumbre a la vida de los trabajadores.

El llamado “federalismo” del presidente parece ser una excusa para desentenderse de los problemas nacionales. Observa el país desde un centralismo autoritario, donde el estado nacional solo se preocupa por cerrar los números, sin considerar a la gente, las provincias, los municipios o las familias.

En su promoción del caos, también intenta destruir la cultura. A lo largo de la historia, muchos dictadores han despreciado la creación popular, porque es el hilo de identidad nacional que nos recorre. 

El presidente, en su paroxismo, sostiene que el Estado es una organización criminal. Sin embargo, vale la pena recordarle que él mismo preside dicho Estado. Curiosamente, para rechazar la acción del ejecutivo en fijar el salario mínimo, afirma que no cree que un funcionario deba establecer ningún precio. No obstante, al mismo tiempo, reclama la suma del poder público y trata de gobernar por decreto.

Contrariamente a las tendencias actuales, su política se subordina a un imperio en declive y al gobierno genocida del primer ministro Benjamín Netanyahu. Este último utiliza la agresión de Hamas, la invasión de Gaza y el exterminio de los palestinos para mantenerse en el poder, a pesar del rechazo que genera en su propio pueblo.

Aunque LLA y el PRO siempre acusaron a la “grieta”, ellos mismos están creando un abismo. El presidente insulta y acusa de traición a sus aliados, empleando una violencia verbal desconocida hasta ahora, salvo en dictaduras. Es importante recordar que él no es un ciudadano común; como jefe de las fuerzas armadas y director de las fuerzas de seguridad, su uso de la violencia verbal tiene un impacto significativo.

Entre sus destacados asesores se encuentra Agustín Laje, quien públicamente aplaudió la represión a manifestantes, afirmando: “Nos ponemos de pie y aplaudimos a cada policía que ha utilizado su escopeta y balas de goma para impactar sobre la piel de estos delincuentes, y los animamos a que sigan haciéndolo. Estos tipos lo que se merecen son balazos”

Este análisis, que admite una larga lista de agregados, permite ver con claridad que el presidente Milei es un promotor de un caos y la desorganización del  país, de las instituciones, en las organizaciones empresariales y de las/os trabajadores, es generador de inflación y por lo tanto de pobreza, planifica una recesión extrema de la economía y con ello cierres y quiebras de empresas nacionales y pymes, lo cual implica crecimiento de la desocupación. Utiliza la bronca de la gente contra la casta para desconocer el Congreso y debilitar la democracia. 

La promoción de una superinflación, el impulso  de la desorganización nacional y en las familias, tiene un objetivo crear las condiciones políticas y de miedo social  para una reestructuración capitalista del país uno de cuyos ejes es la dolarización, un estado minimalista y una sociedad a merced de las grandes corporaciones del capital financiero. De alguna manera la desaparición de la patria tal cual la conocemos.

¿Entonces es ahora?

Un debate recorre en el movimiento popular y en especial a los dirigentes que tuvieron altas responsabilidades en estos años: vuelven a poner caras de estrategas y sostienen que hay que esperar que la sociedad se dé cuenta para instalar una lucha frontal contra el plan destructivo del LLA y PRO. 

¿Acaso hay que esperar a que se destruya el país? hay que esperar aun cuando  como sostiene Ismael Bermúdez en Clarín que: ”En los últimos tres meses, cayeron en la pobreza 3,6 millones de argentinos más”. ¿Hay que esperar frente a salarios que se redujeron drásticamente en dos meses de gobierno? 

Por el contrario desde esta columna venimos sosteniendo que es tiempo de una nueva estrategia del movimiento nacional y popular. De impulsar la más amplia unidad para resistir y cuestionar el plan de ajuste, represión y pobreza. De que hay que crear un centro coordinador de todas las luchas con cabeza en las centrales obreras y los movimientos sociales pero con integración de todas las organizaciones de pymes, de la cultura, las organizaciones vecinales, de jubilados. Para elaborar un plan de lucha. Donde haya acciones de solidaridad en las luchas parciales y se prepare un nuevo paro y movilización, precedido de reuniones, asambleas, organización. 

Y a la vez construir un nuevo Frente, que supere los fracasos del FdT y UxP. Los supere tanto en contenido como en la forma. Y eso no es mañana es hoy. No es el año que viene frente a las elecciones, sino hoy acompañando a nuestro pueblo en sus penurias y en las resistencias. No es el año que viene para volver a discutir candidatos cada vez más parecidos a las derechas, sino hoy para construir un programa atendiendo a las demandas de nuestro pueblo. 

Hay que construir una nueva democracia como forma de defenderla frente al embate autoritario. Una democracia que se construye sin pedir permiso, recuperando rebeldías y sueños postergados. 

Permítaseme una posdata a la columna. Me causa un poco de gracia la lectura simplona del presidente sobre Gramsci, parece haberlo leído a través de los artículos y libros del ultraderechista Laje. En vez de verlo como alguien que saca conclusiones y enseñanzas para las clases subalternas de cómo se ejerce el dominio de las clases dominantes sobre la sociedad en una ecuación de consenso y coacción, desarrollando el concepto de hegemonía. El presidente le da ese sesgo berreta de enfoque conspirativo tan propio de las ultramontanos en este mundo de lecturas tuiteras. 

*Alejandro Mosquera. Director de Iguales. Director del IEFI – Instituto de estudios y formación para la Igualdad. Ex diputado de la Pcia de Bs.As. y Presidente de la Camara de diputados. Dirigente de Soberanxs

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