Por Rodrigo Ovejero
Decimo Cuarta Entrega
Hoy vamos a abordar un tema polémico, pero esta columna no teme pronunciarse sobre las grandes cuestiones, aunque ello pueda granjearle enemigos. Entonces ¿A qué se debe que algunas personas pongan bolitas plateadas en las tortas? ¿Cómo funciona la cabeza de un perverso que, entre capas de dulce de leche, bizcochuelo y crema pone una bolita plateada para romperte un diente? Le he dedicado a este asunto cuantioso tiempo de reflexión, y voy a arriesgar dos hipótesis: una más existencialista, por llamarla de alguna manera, y otra de corte neoliberal con tintes conspirativos.
Lo primero que se me ocurre es que la relación entre las tortas y las bolitas plateadas es similar a la de las empanadas y las pasas de uva. Hablamos de exquisiteces, de placeres tan intensos que alguien, de manera sabia, decidió que debían ser atemperados. No estamos preparados para el disfrute total, para el abandono al placer, civilizaciones enteras han desaparecido porque sus integrantes se rindieron a la molicie. Y por eso, alguien entendió que no debíamos olvidarnos por completo de la angustia y el sufrimiento inherentes a la condición humana, ni siquiera en los breves lapsos durante los que comemos una torta o una empanada. No debemos bajar la guardia. Y la solución fue poner, de vez en cuando, disruptores de placer, para provocar una ruptura en el goce, una forma de recordarnos que no debemos creer que este nivel de satisfacción es natural ni mucho menos darlo por sentado. De lo contrario, nuestra psiquis podría dañarse de manera irremediable.
La segunda opción que manejo es un tanto más siniestra, y su confirmación requiere una investigación trabajosa y extensa, es decir, la clase de investigación que no estoy dispuesto a hacer. Voy a tener que pedirles, lectores, un salto de fe. Supongamos que existen coaliciones secretas de dentistas, círculos odontológicos de carácter clandestino, que operan desde las sombras con el objetivo de generarse más y mejores oportunidades comerciales. No cabe duda de que trabajarían con esa clase de tácticas: poner bolitas plateadas en las tortas, instaurar el turrón como una tradición navideña, infiltrar aceitunas enteras en los paquetes de descarozadas y quién sabe cuántas estrategias pérfidas más. Quizás estoy pecando de paranoico, es verdad, pero conozco varios profesionales del rubro y puedo asegurarles que, al igual que en cualquier otro grupo humano, hay gente de toda calaña, no es descabellado pensar que algunos serían capaces de recurrir a ciertas bajezas por un puñado de pesos.
Sea cual sea la verdad, como diría Mulder, está ahí afuera. En algún lugar alguien observa a una persona masticar una torta hasta tomarse el mentón, dolorido por el impacto de los dientes con una de estas bolitas traicioneras. Y sonríe, satisfecho, sus ojos delatan que conoce el secreto. Quizás, incluso, deja caer una tarjeta profesional, casualmente, cerca de esa persona. Una tarjeta que tiene su número de teléfono, y la dirección de su consultorio odontológico.