Por Rodrigo Ovejero
Decimo Quinta Entrega
Una de las principales características de nuestra ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca son sus vientos. Tenemos una temporada de vientos muy marcada, que inicia a principios de agosto y se extiende hasta los últimos días de julio. Al catamarqueño el viento lo acompaña desde la cuna hasta el cajón. Le apaga el encendedor en la parada del colectivo, cuando está por fumar a las apuradas, le llena los ojos de tierra a la siesta, le frena o le impulsa la bicicleta, según para donde vaya. Y a veces le ayuda a hacer el fuego del asado, cuando está de buen humor.
En el Poncho se pone especialmente pesado, convierte días fríos en helados, se aparece por todos los rincones congelando mocos de chicos y terminando de empujar a la ebriedad al que hacía equilibrio sobre el vaso. En los ranchos se cuela por debajo de los toldos y te convence de un tamal más, el bien llamado tamal del diablo, y de camino al auto te acompaña como esos amigos que no entienden cuando la noche ya ha terminado.
Para septiembre hace volar las flores de los lapachos y las reparte por toda la peatonal, por todas las veredas y las plazas, y el catamarqueño por una vez le agradece porque pisa flores de colores y no el cemento gris de siempre y todos los días. La ciudad se pone colorida, como si se ruborizara, y por unos días la vida es igual que siempre con la salvedad de que se ve un poco mejor, porque ahora hay un color más donde antes no lo había.
Y también tengo que reconocer que la nuestra es una ciudad muy favorable para remontar barriletes, en ese sentido es de agradecer que el aire en esta zona sea movedizo. Uno le da hilo y el barrilete vuela, sin necesidad de carrera alguna.
En este asunto de vientos me gustaría averiguar el nombre de un cuento y recomendar una novela. Del cuento recuerdo que trataba de unos arrieros a los que en la zona de los andes un viento helado los iba sepultando en nieve, cualquier dato se agradece (así es, acabo de usar una columna para averiguar el nombre de un cuento, algunos le llamarán desvergüenza, yo le llamo vanguardia). El autor era argentino. La novela, por otra parte, es El nombre del viento, de Patrick Rothfuss, primera parte de la saga Crónica del asesino de reyes. Cumple con la premisa principal de la buena literatura de fantasía: hace creíble un mundo que no existe, pero además emociona y divierte.
Pero lo que más quiero rescatar de este viento tan insistente que nos acompaña es esa sensación tan única, inigualable y propia de las ciudades de aire inquieto, que es sentir el azote del viento durante todo el día, hasta que por fin llegas a tu casa y el rumor cesa, dejando a la ciudad y el viento del otro lado de la puerta. Hasta mañana, o pasado mañana, cuando vuelva a soplar.