A finales de la década de 1960, la izquierda chilena se redefinía tras el asesinato del Che y las dictaduras amparadas en la Doctrina de la Seguridad Nacional. Y es entonces cuando aparece en Chile una vía novedosa, la de la democracia burguesa como escenario para el triunfo de una revolución. Y Allende triunfó y comenzó aquella revolución pacífica que después supimos que era verdadera.
Una revolución que nos mantuvo siempre con la interrogante de si se puede lograr un proceso socialista sin apoyo de las fuerzas armadas, máxime cuando éstas en Chile concentran el poder, al servicio de los intereses de clase de la oligarquía y a los dictados de Washington. ¿Será que la vía pacífica siempre termina en golpe? Ejemplos nos sobran en nuestra región.
A 50 años del golpe, en medio siglo de distorsión, negacionismo y olvidos,vuelve a cernirse el negacionismo de una fortalecida derecha y ultraderecha política, los empresarios venales que lucraron sobre la sangre de sus compatriotas, y la ignorancia del desclasado aspiracional, ciego defensor de sus amos.Y todo lo que prometieran en el consenso de octubre 2019, tras el estallido social, fue archivado como otra muestra de voluntaria amnesia, marcado con la señal de lo obsoleto, señala Edmundo Moure.
Y sin ningún pudor, se vuelven a escuchar las falaces interpretaciones que insisten en establecer una especie de empate para justificar el cruento golpe de estado y las dos décadas de dictadura. Los intereses de clase y sus privilegios, defendidos siempre por medio de la propaganda y los medios hegemónicos, el miedo, y aun la fuerza bruta -papel asignado a “las fuerzas del orden”-, cuando la propiedad de los medios de producción de la oligarquía se halla en grave riesgo
Lo que se teme es que la respuesta del negacionismo a las demandas sociales será, nuevamente la represión, porque el estallido social de octubre de 2019 sigue siendo considerado por la derecha como un fenómeno de desorden público y delincuencia callejera, pese a que estuvo a punto de destronar a Sebastián Piñera, el multimillonario presidente de Chile.
Joan Garcés, uno de los asesores políticos más cercanos a Allende, lo describe como un militante latinoamericanista, con visión mundial constructiva, sin las entonces denominadas fronteras ideológicas, y critica la postura del gobierno de Gabriel Boric, que al igual que los anteriores desde 1973, silencia 50 años después la causa principal, exógena, de la desestabilización interna del sistema sociopolítico y económico entre 1970 y 1973.
Señala que desde el golpe castrense, toda la información publicada ha estado en manos de los medios que fueron clandestinamente financiados para desestabilizar el país (El Mercurio, el que más), deslegitimar a la oficialidad constitucionalista de las fuerzas armadas, apoyar el exterminio durante la dictadura y el legado de ésta hasta hoy.
Y recuerda que desde 1973 siguen confiscados el patrimonio, los inmuebles en Santiago, Concepción y Viña del Mar, las rotativas del diario más vendido en Chile, El Clarín, incumpliendo el laudo del Tribunal Internacional de Arbitraje del CIADI, que en 2020 confirmó que el Estado tiene la obligación de indemnizar a sus propietarios, lo que les permitirá ampliar el pluralismo informativo.
Un camino para todos
La Unidad Popular definía su proyecto, el de abrir un camino no recorrido, respetando la institucionalidad vigente para allanar la transición al socialismo. Fue la denominada vía chilena. Ernesto Guevara le dedicó su ensayo La guerra de guerrillas: “A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo. Afectuosamente, Che”.
Cristianos, laicos, marxistas, socialistas, comunistas, socialdemócratas habían confluido y en diciembre de 1969 se lanzó el programa de la Unidad Popular, firmado por los partidos Socialista, Comunista, Radical, el Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU), Acción Popular Independiente (API) y el Partido Social Demócrata (PSD).
El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), fundado en 1965, insurreccional, decidió apoyar críticamente la candidatura de Allende, y la Democracia Cristiana, procedente de la Falange fascista española, señalaba en su programa que “La Iglesia está por encima de los partidos (…) rechazamos el marxismo, concepción materialista y antirracional de la vida, que fomenta la lucha de clases, conduce a la tiranía y ha fracasado en sus experiencias”
De acuerdo con la Constitución, la candidatura ganadora debía ser ratificada por el Congreso dominado por una oposición, supuestamente democrática, que rápidamente se tornó golpista gozando de amplio financiamiento por parte de Estados Unidos Los intereses de las transnacionales estadounidensesestaban en juego, por lo que el Presidente Nixon ordenó a la Agencia Central de Inteligencia impedir la ratificación de Allende.
La CIA usó su manual y su arsenal habitual, incluida la guerra psicológica, la presión económico-financiera, los sobornos, e incluso orquestó un primer intento de golpe de Estado con el secuestro que concluyó en asesinato del general constitucionalista, René Schneider antes de que asumiera Allende. El repudio a esta acción permeó al Parlamento, que decidió, el 4 de noviembre de 1970, ratificar el triunfo de Allende, no sin antes imponer un Estatuto de Garantías Constitucionales.
El 22 de enero de 1970, Salvador Allende fue elegido candidato de la Unidad Popular. El 4 de septiembre de 1970 ganó la presidencia sobre una derecha dividida. Su triunfo supuso el inicio de una conspiración que acabaría con el bombardeo del Palacio presidencial el 11 de septiembre de 1973, con la imposición del neoliberalismo y un régimen de terror.
El día del triunfo electoral, la derecha puso en marcha su estrategia. Primero, evitar que Allende asumiera la presidencia el 4 de noviembre de 1970. Sin mayoría absoluta, los miembros del Congreso podían decantarse por una de las dos mayorías relativas. El plan se frustró con el asesinato del general en jefe de las Fuerzas Armadas René Schneider –en quien Allende confiaba para dar el cambio entre los militares- días antes de la votación.
El plan de gobierno -40 medidas básicas-, destacaba la supresión de grandes sueldos, jubilaciones justas, seguridad social para todos los chilenos, leche para todos los niños, alimentación para los niños en situación de exclusión, vivienda digna, agua y electricidad, reforma agraria real, asistencia médica gratuita en los hospitales, creación de centros de atención primaria y consultorio materno-infantil, disolución de los cuerpos represivos de carabineros, no más impuestos a los alimentos, creación del instituto del arte y la cultura, entre otras.
Fueron tres años de estrangulamiento económico, atentados y conspiraciones., mientras la Unidad Popular trabajaba en el fortalecimiento de la consciencia de clase y a la unidad de los trabajadores, y en consolidar una coexistencia con los sectores de clase media dentro de la oposición. La fuerza real del gobierno estaba en el apoyo de los trabajadores donde la correlación de fuerzas a su favor en elecciones sindicales -cerca del 70% de los votos- era muy superior a las del proceso electoral.
Allende lo subrayó en su última alocución el día del golpe: “Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra de que aceptaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las fuerzas armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios”. Fueron sus palabras de despedida.
El allendismo se caracterizó por la conformación del pueblo en un sujeto político. Un tipo de política que daba protagonismo a los actores sociales. Un tipo de relación muy lejana a las actuales formas clientelares que se dan entre política representativa y sociedad. El allendismo fue revolucionario en sus objetivos, pero gradual en sus medios, y dicha gradualidad es intrínseca a los mecanismos, tiempos y parsimonias propias de la democracia formal.
Planteó así un “reformismo revolucionario”. Lo revolucionario estaba en sus objetivos, lo que lo distanciaba de la socialdemocracia, pero en sus medios buscaba realizarlo a través de sucesivas reformas democráticas unidas a ese protagonismo popular que le era inherente.
Allende entendía al socialismo como una forma perfeccionada de la democracia, que no significaba ruptura de la democracia y del Estado de derecho, sino su plena realización al no renunciar a su carácter revolucionario, poniéndola al servicio de las masas y de la lucha de clases. La revolución latinoamericana deberá ser, además de antiimperialista y antifeudal, democrática, a fin de que la sientan, compartan y comprendan las masas ciudadanas. Deberá ser profundamente humana, señalaba.
El 11 de septiembre de 1973, día del sangriento golpe militar encabezado por el después dictador general Augusto Pinochet, la decisión de Salvador Allende de mantenerse combatiendo en e l palacio de La Moneda, demuestra la fuerza de sus principios y convicciones y mantienen vivo su aporte al pensamiento socialista, antiimperialista y anticapitalista .
En “La Casa Blanca contra Salvador Allende”, de la periodista chilena Patricia Verdugo (fallecida en 2008), invita a los historiadores a realizar una reflexión crítica sobre las perspectivas y alcances del periodismo, cuando éste aborda hechos históricos que pesan aún sobre la conciencia mundial, como el derrocamiento de Allende.
Los nueve capítulos están escritos con rigor y rabia en el inicio de la llamada transición democrática, iniciada en 1990 con la presidencia de Patricio Aylwin, que reforzó los procesos de recuperación de la memoria colectiva, que ha tenido tres momentos con gran significado,
Una, la exhumación de los restos de Salvador Allende en 1990 y la realización de nuevos funerales con honores de Estado; la segunda en 1998, con la detención de Pinochet en Londres y, tercera, la conmemoración en 2003 del trigésimo aniversario del golpe militar.
En un contexto donde la sociedad chilena había recaído en la polarización y el mundo vivía los sinsabores de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y rechazaba la posterior invasión a Irak en 2003, Verdugo alzó mediante este libro su dedo acusador para señalar a la Casa Blanca y a la CIA como instigadores directos del golpe militar, suceso histórico entendido como antecedente de las actuales “guerras preventivas”.
Otras experiencias
En Uruguay, el Frente Amplio es una fuerza progresista, democrática, popular, antioligárquica y antiimperialista, fundado en febrero de 1971, también con la línea de intentar el acceso al poder también por la vía pacífica.
Fue fruto de la coalición de varios partidos políticos (Socialista, Comunista, Demócrata Cristiano, disidentes de los tradicionales partidos Nacional y Colorado), el Movimiento 26 de Marzo (afín al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros) y la convocatoria de ciudadanos independientes (como los generales Liber Seregni y Víctor Licandro) para la creación de un movimiento político.
Su fundación sintetizó un proceso de unidad que se jalona con el Congreso del Pueblo, la unidad sindical con la conformación de una central única de trabajadores. En las elecciones de 1971 presentó la fórmula Seregni-Juna José Crottogini (ex rector universitario).Logró el 18,3 % de los votos y obtuvo el tercer lugar en unas elecciones fraudulentas. Esa primera experiencia unitaria terminó de golpe.
Tras el golpe de Estado de junio de 1973, el Frente Amplio fue prosripto y fuertemente reprimido junto con las fuerzas que lo conformaban. Muchos militantes fueron presos y torturados por más de una década, y algunos fueron asesinados. Reorganizado, triunfó en tres elecciones consecutivas (hasta el 2019), pero lo de la lucha por el socialismo quedó en el camino.
La Revolución Bolivariana es un segundo laboratorio latinoamericano de la vía pacífica al socialismo, después de la (frustrada) experiencia de Salvador Allende en Chile. Seguramente, el modelo venezolano será tomado en cuenta en cualquier intento de (re) construcción socialista, como el allendista fue tomado como bandera por la socialdemocracia europea cuatro décadas atráshasta que se olvidó del socialismo.
Algunos analistas señalan que la Revolución Bolivariana -pacífica, democrática, a diferencia de las vías armadas e invasoras de la imposición neoliberal- atravesó desde la muerte del expresidente Hugo Chávez la crisis del cierre del ciclo reformista: si bien se conquistó el gobierno, las leyes, las relaciones sociales, económicas y políticas, la cultura, siguen siendo burguesas, y para transformarlas se necesitaba de un segundo esfuerzo.
Una revolución que si bien llegó al gobierno por la vía democrática, pudo acceder al poder también con el apoyo del ingrediente militar. Y cuando Chávez habló del carácter socialista de su gobierno, en un país que es el mayor reservorio de hidrocarburos del mundo, riquezas que Estados Unidos quiere apoderarse, se aceleró la desestabilización, el bloqueo, los intentos de magnicidio, golpes e invasiones frustradas, amenazas permanentes, la asfixia económica, el robo de sus recursos.
Más de dos décadas después de esa dramática derrota de la experiencia allendista, Hugo Chávez trajo al presente a Antonio Gramsci para demostrar que la democracia y el protagonismo popular pueden ser un instrumento de transformación real que abra horizontes de justicia y de socialismo para nuestras sociedades latinoamericanocaribeñas.
Chávez impulsó una Asamblea Constituyente para una nueva Constitución que le permitió al pueblo venezolano recuperar sus derechos y refundar la República para construir una nueva correlación generando una inédita transformación revolucionaria. Una nueva vía al socialismo profundamente democrática, redistributiva, participativa y popular, para que el pueblo venezolano recuperara su dignidad, protagonismo y poder a través e una democracia protagónica y participativa.
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A 50 años del golpe, lamentablemente pocos en Chile saben quién fue Allende y cuál fue su lucha. Son pocos los que lo reivindican: la aplanadora de la dictadura y la posdictadura recién ahora, con los jóvenes en las calles, pareció que se fuera frenando. Cambió la cultura, cambió el sujeto social. Casi todos olvidaron la lucha por el socialismo, la que encarnó Allende aquel 4 de septiembre de 1970.
Con la Unidad Popular, intentó una inédita vía chilena al socialismo impulsando una transformación profunda sin recurrir a la violencia, confiando en el respeto y la transformación democrática de las instituciones… pero fue derrocado a sangre y fuego por los militares respaldados por la derecha económica y política, El Mercurio, el gran empresariado, el Partido Demócrata Cristiano y el imperialismo estadounidense.
Como recuerda Joan Garcés, las cinco horas de combate del presidente de Chile contra infantería, artillería y aviones disparando contra el Palacio de La Moneda, con la flota de EEUU en la costa de Chile, fue la última batalla política de Allende: la ganó, al precio de su vida.
* Periodista y comunicólogo, nacido en Uruguay. Magister en Integración. Creador y fundador de Telesur, preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Observatorio en Comunicación y Democracia y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
NODAL