Por Rodrigo Ovejero
Vigésima Entrega
Esta mañana, al empezar a escribir esta columna, traté de decidir qué música escucharía mientras lo hacía, pero luego pensé que disfrutaría del silencio. Ese es el sencillo método por el cual se ha elegido el tema de esta semana; no voy a mentirles, tiene mucho de casualidad, casi que podría llamarse un accidente, más que un método.
Uno podría sentirse tentado de definir al silencio como la ausencia de sonidos, pero todos sabemos que hay algo más detrás de eso. Es como dice Patrick Rothfuss en alguno de sus libros, el silencio es una suma de silencios.
Lo que siempre me llama la atención cuando pienso en este tema son las cámaras anecoicas, habitaciones acondicionadas para conseguir silencio absoluto. Al parecer, si uno se pasa más de quince minutos o algo por el estilo en esos lugares, de pronto, comienza a escuchar sonidos que, por supuesto, no son reales, como si nuestro cerebro no estuviera programado –por decirlo de alguna manera- para el silencio.
Algo de eso debe haber, porque si no resulta inexplicable la afición de algunas personas a llenar los silencios, de tal modo que si un viaje en taxi o en ascensor se extienden más de lo deseable las palabras empiezan a brotar sin sentido ni dirección, derramándose en comentarios sobre el clima o la llegada de acontecimientos de público conocimiento como el año nuevo.
En literatura viene a mi memoria un cuento de J.G. Ballard en el cual el protagonista trabaja limpiando ruido residual con una especie de aspiradora sónica, bajo la premisa de que el sonido no termina de desaparecer, sino que simplemente se hace inaudible para nosotros, pero que todo ruido se acumula y a la larga produce efectos en los humanos (algunos puntos de la trama pueden variar, mi memoria tiende a rellenar huecos, pero en esencia es esa). Me van a tener que disculpar con respecto al título, me niego a trabajar para escribir esta columna y al fin y al cabo tampoco era tan bueno.
En cuanto a la música, hay una obra que resulta obligatoria de abordar si se habla de silencio y es la pieza de John Cage llamada 4’33’’. Consiste, únicamente, en cuatro minutos treinta y tres segundos de silencio ininterrumpido, y por supuesto que estamos hablando de arte conceptual y todos esos delitos cometidos en nombre de la vanguardia. Incluso cuenta con una partitura en la cual solo consta la instrucción de hacer silencio durante el tiempo indicado. Actualmente, además, se puede adquirir esta obra en distintos formatos de audio, incluyendo el vinilo –en el cual estoy seguro de que se la debe poder apreciar en todo su esplendor-, de tal manera que podría decirse que se está vendiendo silencio envasado. No se han consumado estafas mucho más audaces en la historia del arte. Sin embargo, pueden decirse muchas cosas de 4´33´´, pero tiene la inestimable ventaja de que todo el mundo puede ejecutarla.