Por Rodrigo Ovejero
Vigesima Tercera Entrega
La paternidad, ese asunto complejo, lleno de satisfacciones, pero también de sufrimiento, sentimientos encontrados y pruebas a nuestro carácter. En esta ocasión, quiero hablar de la prueba de carácter más grande a la que hombres y mujeres somos arrastrados por el mero hecho de tener un hijo y proveerle un sustento indispensable. El desafío definitivo a nuestra fuerza de voluntad. La última frontera de nuestra honestidad. Como muchos habrán imaginado, hablo de la bolsita de cumpleaños.
Para aunar conceptos y evitar la ambigüedad, diremos que la bolsita de cumpleaños es un suvenir que se entrega al finalizar una fiesta de –a que no adivinan- cumpleaños, consistente en una bolsa en cuyo interior se encuentran golosinas varias y, en ocasiones, algún juguete sencillo.
El problema es que esa bolsita se encuentra allí, en la alacena, su mera presencia una tentación. Algunos padres son menos culposos que otros, apenas el niño duerme saquean el contenido de la bolsita sin piedad, vorazmente, a veces incluso engullendo cosas que no comerían si tuvieran que comprarlas. Le dejan al niño lo mínimo indispensable para convencerlo y al amanecer le ocultan la verdad, adjudicando a la avaricia de la familia de su amiguito o a la mala situación económica del país lo exiguo del contenido. Otras personas seleccionan con culpa, teniendo la precaución de dejarle lo más apetecible al niño, pero conforme las noches pasan y por algún motivo el chico no da cuenta de su tesoro, la sombra del hambre irresistible crece en sus corazones. La bolsita late en su cabeza como un martillo pecaminoso, del mismo modo que el corazón delator de Poe acosaba a la consciencia del protagonista. Y existe una tercera clase de padres estoicos, incorruptibles, que jamás se permiten retiro alguno.
Una cuarta clase de padres enfoca el problema desde la reposición de lo consumido, pero esta es una opción cobarde y a menudo complicada de ejecutar con solvencia. Algunas golosinas son difíciles de conseguir y, además, este método conlleva un gasto, cuando gran parte de la satisfacción de estos dulces son su carácter gratuito.
Y he aquí un truco que en este momento regalo a todos aquellos que han sido bendecidos con un hijo: hagan que el chico recoja su bolsita al final, que no le gane la ansiedad. No se quedará sin ella, están calculadas, y he aquí la jugada maestra, si cuando van a retirarla quedan pocos chicos y muchas bolsitas, recuerden a los anfitriones la existencia de hermanos cuyos ánimos quedarían muy golpeados en caso de no recibir su respectivo suvenir. Incluso, si los anfitriones no los conocen demasiado, ese hermano ni siquiera tiene necesariamente que existir, pueden inventarlo únicamente para obtener la bolsita. De hecho, ese es el motivo por el cual algunas personas creen que tengo tres hijos. He tomado la precaución, eso sí, de adiestrar debidamente a mis hijos, quienes pueden otorgar someras biografías de su hermano ficticio sin equivocaciones, y otorgar una serie de datos básicos suficientes para superar cualquier interrogatorio.