¿Es EE.UU. la tierra de las oportunidades para todos, menos para los pueblos nativos? Los indígenas estadounidenses se encuentran en una situación lamentable. A pesar de vivir en una de las mayores potencias económicas mundiales, en muchas de sus reservas sufren miseria, violencia y altas tasas de desempleo provocadas por el abandono del Gobierno. Además, defender su riqueza cultural resulta cada vez más difícil para estas comunidades, que tienen como tarea primordial sobrevivir.
Pine Ridge, en el estado de Dakota del Sur, es una de las reservas de nativos americanos más grande de los EE.UU. y también uno de los territorios más pobres de todo el hemisferio occidental. En el interior de una de las principales potencias económicas del mundo se puede ver miseria, drogas, violencia y desesperanza, pero también orgullo por su cultura, tradición y lucha por reivindicar a un pueblo.
De los casi 9 millones de personas que se autoidentifican como indígenas estadounidenses, Dakota del Sur es uno de los estados que alberga un mayor porcentaje, divididos en nueve tribus. En Pine Ridge están instalados los Oglala Lakota, dentro de la llamada Gran Nación Sioux.
Violencia en aumento
Allí la violencia ha aumentado en las últimas dos décadas en parte por la facilidad de acceso a las armas y la rampante pobreza en la reserva, en opinión de Holly Wilson, miembro de la tribu, que vio cómo el año pasado unos desconocidos asesinaban en la puerta de su propia casa a Logan, uno de los nueve nietos que vivían con ella. Logan tenía entonces tan solo seis años.
Por desgracia, no es la única violencia que ha tenido que sufrir Wilson, que también se acuerda de su sobrina: “La mataron y estuvo desaparecida durante más de dos meses. Y encontraron su cuerpo en una caja, en el campo”, recuerda entre lágrimas.
Su historia se parece a la de otra miembro de la tribu, Keisha Hayes, que cuenta cómo el año pasado persiguieron y dispararon por la espalda a su hijo de 15 años. Afortunadamente, logró sobrevivir.
Carencias sociales
Hayes vive en la miseria más absoluta, rodeada de basura, en una casa que ni siquiera tiene agua caliente. Las viviendas de los alrededores también muestran la gran pobreza de sus moradores. Muchas de esas casas no tienen electricidad, agua corriente o sistema de alcantarillado.
El ingreso per cápita aquí es extremadamente bajo y muchas familias viven gracias al subsidio de los abuelos. Las oportunidades laborales son realmente escasas en un área donde se estima que alrededor del 80 % de la población se encuentra desempleada.
En la zona el hambre está generalizada y tan solo unos pocos bancos de alimentos operan gracias a las donaciones. Además de comida, también reparten mantas y calentadores en invierno, en una zona que registra temperaturas muy extremas que provocan que todos los años se produzcan muertes por frío.
“Mi sobrino, solo tiene tres hijos. El año pasado, su hijo menor murió congelado porque bebía. Era un alcohólico, muy joven. Creo que tenía como 25 años. Murió congelado aquí en la reserva”, cuenta Carol Wespon, otra miembro de la tribu Oglala Lakota.
Así, hay algunas organizaciones que implementan políticas para tratar de paliar este déficit. ‘Energía para Ancianos de Contabilidad de Inquilinos’ es un programa público que suministra ayuda energética a entre 800 y 1.000 personas mayores en la reserva.
También hay problemas de acceso a la vivienda, por la falta de recursos, pero también por motivos burocráticos; falta de espacio apto para la agricultura; y déficit en el acceso a la financiación, en un territorio donde la tierra está en fideicomiso.
Asimismo, las adicciones son una lacra, a pesar de tratarse de un territorio libre de alcohol y drogas, que están prohibidos. El porcentaje de adictos es elevado y aumentan los índices de violencia en un área con tan solo una treintena de agentes de Policía.
En general, los habitantes de la reserva coinciden en que la pobreza, la violencia y la desesperación actuales que afrontan los Oglala Lakota son las consecuencias más palpables y recientes de cómo les ha tratado EE.UU.: por un lado, está el incumplimiento sistemático de las obligaciones del Gobierno federal marcadas en los tratados de paz; por otro, los traumas históricos.