Algo en que pensar mientras lavamos los platos: Almanaques

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Por Rodrigo Ovejero

Vigésima Quinta Entrega

Aunque cada vez son más raros sus avistamientos, hubo un tiempo en el cual, más o menos para esta época -al igual que las mariposas llegan con la primavera- al calor del verano comenzaban a revolotear por todas partes los almanaques, pequeños rectángulos de cartón que cabían en la cartera de la dama y la billetera del caballero y que, en una era pretérita, nos permitían saber el orden de los días del año echando un rápido vistazo. Todo negocio que se precie los hacía, era una publicidad barata y perenne. También había versiones para colgar en la pared, aunque su colocación ponía en tela de juicio el buen gusto.

            Por aquel entonces me fascinaba su variedad, dado que si bien de un lado todos eran iguales (la organización del año día a día) en el reverso solían llevar una imagen que podía abarcar desde lugares icónicos de todo el planeta –el obelisco, la torre Eiffel- pasando por obras artísticas –Molina Campos debe tener el record de pinturas estampadas al dorso de un almanaque, seguido de lejos por Quinquela Martín- hasta llegar a una especie que se ha dejado definitivamente atrás –al menos de mi conocimiento-: el almanaque pornográfico.

            Yo solía levantar almanaques de todos los lugares en los que compraba algo, hasta elegir el que más me gustaba para utilizarlo todo el año. Incluso sacaba almanaques de negocios en los que no compraba nada, no era una práctica mal vista. No usaba almanaques pornográficos (al menos, no para saber qué día era) porque no estaba bien visto decirle a alguien “esperá que me fijo qué día cae el 31” y de pronto exhibir una mujer desnuda en pose provocativa mientras se averiguaba el dato en cuestión. Por lo general prefería los de paisajes, elegía lugares que pensaba visitar en alguna ocasión, y los mantenía en mi billetera hasta el año nuevo, momento en que lo reemplazaba por el nuevo.

            Un dato curioso con respecto a los almanaques pornográficos: alguna vez junto a un amigo robamos un fajo de ellos en una fábrica de sándwiches. Efectivamente, aunque la elaboración de emparedados y la pornografía de bolsillo sean dos elementos difíciles de relacionar –bromatológicamente hablando, para empezar- esta pequeña empresa había resuelto regalar a sus clientes imágenes eróticas de alto voltaje –estamos hablando de desnudos frontales sin ambages, nada de pretensiones artísticas- con la compra de una docena de jamón y queso. Puede parecer una estrategia publicitaria descabellada hoy por hoy, pero en aquel entonces no era tan sencillo encontrar pornografía y algunos clientes habrán hecho un esfuerzo para no cuestionar la mayonesa en pos de alguna fotografía con aplicaciones prácticas.

            De vez en cuando, todavía, cerca de fin de año, entro a un comercio y me encuentro con la sorpresa de que tienen almanaques. Cada vez hay menos, y para ser sincero las últimas veces que recogí alguno luego lo olvidé minuciosamente en algún cajón, pero me sigue alegrando encontrarlos de vez en cuando, y ver de un lado el año que me espera, y del otro la playa cuya arena algún día he de pisar.

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