Por Rodrigo Ovejero
Novena Entrega
Por cuestiones laborales suelo pasar por delante de la que fuera, muchos años atrás, la casa de mi abuela paterna. La casa ya no existe como tal –mi abuela tampoco-, en su lugar hay una perfumería. Me cuesta encontrar entre sus publicidades glamorosas y su iluminación apabullante algún resabio de ese lugar que tan importante fue para mí, pero su ausencia, lejos de facilitarme el olvido, me empuja a la memoria, a retener paredes y pisos que ya nunca podré volver a ver. Quizás, si la casa estuviese ahí, no pensaría en ella.
La ciudad y la memoria tienen una relación cambiante, uno construye recuerdos con paciencia y dedicación y después viene una topadora y hay que empezar de cero otra vez. Alguna vez vi una casa demolida de la que sobrevivía, milagrosamente, un espejo de baño en la pared de la planta alta, absurdo en su falta de contexto, testimonio de que ese lugar a punto de convertirse en un estacionamiento alguna vez fue un hogar, albergó los sueños, los días y las noches de personas de carne y hueso. Pero todo cambia, la plaza donde jugábamos ya no está más y el asfalto va cubriendo las calles de tierra de nuestra memoria. En ese sentido, pareciera que nuestros recuerdos están en plena lucha desigual contra el progreso.
Con el paso del tiempo cada vez menos calles activan mi nostalgia, cada día quedan menos ladrillos en pie de los que alguna vez conocí. Me imagino que dentro de muchos años Catamarca me resultará ajena, irreconocible, y está bien que sea así, es natural, la ciudad seguirá adelante aunque todos nos despidamos. Pero no dejo de preguntarme cuánto acerca de nosotros mismos se define por las calles que caminamos, los lugares en los que vivimos, y cuánto de nosotros mismos se pierde en demoliciones y refacciones ¿Cómo es posible recordar con precisión la tarde que navegabas en La Alameda si la laguna no está más? El recuerdo se construye de ausencias y olvidos, solo se recuerda lo que de una u otra manera se ha perdido.
En una de las películas de ciencia ficción más interesantes y olvidadas de la historia, Ciudad en tinieblas, una civilización alienígena borra los recuerdos de los humanos y modifica por entero la ciudad en la que viven cada noche, convencidos de que en nuestra memoria está la clave del alma. Les otorgan nuevos recuerdos, nuevas casas en las que vivir, nuevas calles por las que caminar, para saber si en definitiva, en respuesta a esos cambios, volverán a ser las mismas personas que alguna vez fueron, o cambiarán hasta su más profunda esencia. En un cuento de los más bellos de Alejandro Dolina, Refutación del Regreso, uno de los personajes – el Ruso Salszman, integrante de Los hombres sensibles de Flores- desanimado, refiere con respecto a la compra de la casa de su familia: “He recuperado la casa. Pero la infancia no”.