La gente busca ubicación frente al escenario del Pabellón de Turismo de la Fiesta del Poncho 2023, en el espacio organizado por la Secretaría de Turismo y Desarrollo Económico de la Capital, mientras el payador, ataviado con la bombacha de campo, chalina de lana al hombro y boina, saca su compañera de melodías y escenarios, la guitarra, y comienza a “puntear” el inicio de su espectáculo. De repente, un joven contemporáneo a él, pero de zapatillas, gorra, collar y sobre todo un vaivén “intimidante” lo mira fijo, agarra el micrófono y comienza la “batalla” de dos culturas y estilos musicales que, pese a las notables diferencias, comparten mucho en común. Porque, al menos en la fiesta de los catamarqueños, quedó reflejado que pese a las estéticas contrapuestas, ambos apelan a la improvisación, al juego de las ideas y las palabras rimadas, para desafiarse con el otro.
Jonathan Vega, más conocido como Jona, es host -maestro de ceremonias- y rapero, reconocido en el ambiente de las batallas de rap -o freestyle- catamarqueño y respetado por los denominados “Mcs” o raperos locales. Tiene 27 años, pero ya con una trayectoria que crece al ritmo de las nuevas generaciones: “desde que tenía 16 años que rapeo, comencé haciéndolo en las plazas, como la mayoría y ahora estamos llegando a grandes escenarios, así que es un progreso, también interpretar estas disciplinas de la cultura urbana aquí en el Poncho”, indica el artista que además de rap, se dedica al trap, a componer canciones, a hacer beatbox y organizar eventos para promocionar el hip hop a lo largo y ancho de la provincia. “Empecé esto para tratar de salir de mis problemas personales, entonces lo que lo que hacía era escribir todo lo que sentía en un papel y después lo quemaba. A medida que pasaba el tiempo, me di cuenta que podía improvisar sobre esos temas y actualmente, me dedico a hacer canciones sociales, o ir a lugares a los que poca gente va y tratar de ver un poquito de la realidad que existe en esta Argentina que vivimos hoy”, agrega el rapero.
La payada no se pierde
El público oficia de moderador proponiendo palabras que inviten a la rima. En un duelo ingenioso, los protagonistas de la batalla apelan a la ironía, al insulto “sutil” y solapado, para continuar el reto, sin perder el respeto, pero buscando debilitar los argumentos del oponente. Los aplausos no tardan en llegar, cuando Miguel Arévalo apela a la estrofa poética de 10 versos de 8 sílabas, acompasada con sonido criollo, para propinar un golpe certero a su rival. En el Poncho sabe que tiene algo de ventaja: su rima suena a argentinidad, diga lo que diga, porque la payada resume el sentimiento patrio si se canta entre punteos, términos gauchescos y un par de polémicos versos.
“Se puede jugar con la poesía, los recursos lingüísticos, las figuras retóricas, metáforas que permiten transmitir de una manera especial”, explica el payador y continúa: ” la palabra es un canal expresivo maravilloso que no nos cuesta nada y yo creo que la improvisación, tanto en el caso del rap como en la payada, nos lleva a tratar de incursionar en la lectura de la poesía, la filosofía, la historia, la música y la danza. Así que cuantos más niños y jóvenes se sumen al aprendizaje de estos estilos, no importa cual, no tengo preferencia por ninguno porque aprecio lo que hacen ambos, tendrán mucho potencial. Esta es la primera fiesta del Poncho donde podemos compartir y mostrar lo que hacemos”. Con 29 años, y 10 de dedicarse a lo artístico, Miguel agradece a la vida que le dio letra e inspiración: “dedicarme a esto fue por una situación muy similar a la de él y he viajado siempre así, costeándome como lo hacen los raperos, también a dedo, cantando en la calle, juntando moneditas para participar en certámenes, encuentros y jineteadas”.
Un rol que los une
- Cómo nace esta idea de actuar juntos? “Se nos ocurrió una vez que nos juntamos y dijimos, deberíamos fusionar las dos culturas porque los dos improvisamos, los dos tenemos cierto parentesco porque ambos estilos vienen básicamente de los barrios marginados, de la gente que fue mal vista en algún sentido y bueno, nos copó la idea, nos juntamos varias veces y ahora se dio”, indica Jona con entusiasmo, minutos después de recibir el último aplauso de la gente, el mismo que definió un empate en la batalla. Porque, esta vez, ganó el respeto entre las formas de expresar el arte, llámese folklórico o urbano.
Y así, en ese juego de opuestos, rapero y payador lograron un vez más unirse en un mismo mensaje porque, al fin y al cabo, ambos vienen de abajo, han sabido ser relatores de las injusticias de los más desfavorecidos y representan a las clases populares que luchan porque sus voces sean escuchadas. Ya sea con una guitarra criolla de por medio o con un beatbox de fondo. Los detalles ya no importan, pero sí la necesidad de decirlo, en medio de la mejor versión de una batalla: con música, ingenio y respeto entre culturas y generaciones.