Algo en que pensar mientras lavamos los platos

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Por Rodrigo Ovejero

Sexta Entrega

En su texto Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj, Julio Cortázar apunta –no sin cierta exageración poética- que regalar el aparato del título es una canallada. No voy a llegar a tales extremos, pero no deja de ser cierto que una de las finalidades de ese instrumento es despertarnos para ir a trabajar, y en ese sentido debo conceder algo de razón al querido Julio.
Cuando ese tirano de bolsillo todavía no existía, la tarea de despertar a la gente para ir a trabajar era llevada a cabo por gente dedicada a ello. Es decir, que había personas cuyo modo de ganarse la vida era despertar a otras personas para que fueran a trabajar. La existencia de esa clase de actividad solo demuestra la perversión inenarrable en la que ha estado cayendo el mundo desde el mismo inicio del universo.
Luego de esos tiempos oscuros, avanzamos a un estadio de la tecnología que nos permitió hacer relojes pequeños y portátiles, incluyendo uno de la peor especie, al que llamamos específicamente reloj despertador, un reloj cuya única función era despertarnos para ir a trabajar. Otra demostración del peligro del uso de la tecnología: creamos una máquina para que nos recordara el yugo diario. El hombre es el lobo del hombre.
Para suavizar el odio hacia esa máquina algunas personas tenían unos muy bonitos, incluyendo formas de animales y otros recursos simpáticos, pero aun así jamás supe de alguien que tuviera cierto afecto por su reloj despertador. Tuve un amigo que dejó de ver ALF cuando su madre le regaló un despertador con la forma del famoso alienígena. Todas las mañanas tenía que escucharlo gritar no hay problema para ir a la escuela (y él no era, precisamente, un entusiasta de la educación). En opinión de mi amigo, si había problema.
En los últimos años, el avance de la tecnología dejó atrás la brusquedad del reloj despertador y su monotonía acústica. Ya no tenemos por qué tolerar un martilleo electrónico al abrir los ojos. Ahora tenemos miles de opciones. Podemos elegir específicamente con qué canción queremos despertar (personalmente, me niego a asociar mis melodías favoritas a una ocasión tan desafortunada, pero supongo que hay de todo en este mundo), podemos elegir incluso el segmento de la canción que queremos que suene. Podemos hacer que sea la voz de un ser querido, el sonido del mar, el viento a través de las montañas, el canto de los pájaros, un arroyo zigzagueando entre las piedras. Incluso podemos disponer que esos sonidos vayan aumentando de volumen de a poco, para que nos despierten con amabilidad. Es asombroso como hemos perfeccionado los dispositivos para despertarnos con una sonrisa, y todavía seguimos fracasando. Porque no entendemos lo elemental: el único despertar feliz es el que el cuerpo decide.
Quizás la humanidad alguna vez llegue a un estado evolutivo que nos permita despertarnos siempre de manera natural. No lo sé, no lo creo, y en todo caso no creo que ocurra mientras viva. El tiempo lo dirá. Mientras tanto, no se olviden de activar la alarma.

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